“Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. 2 Corintios 3:16-18 (RV1960).
Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo para ser adoptados como sus hijos por medio de la gracia y la fe concedida en Cristo Jesús, (Efesios 1:5). Por causa del pecado de un solo hombre (Adán), nos hicimos pecado y fuimos separados de la gloria de Dios; por lo tanto, la adopción divina sólo se pudo hacer efectiva cuando creímos en el unigénito Hijo de Dios, en Jesucristo nuestro Señor y Salvador. “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. Juan 3:17-18 (RV1960).
Después de haber recibido tan preciado regalo, al Hijo de Dios como Espíritu en nuestro espíritu; sabiendo que ya hemos sido reconciliados con Dios nuestro Padre por medio de Él, que hemos sido libres de su justa ira y de la condenación eterna de estar separados de su presencia; no podemos buscar otro propósito diferente al querer vivir como su Hijo vivió, el querer ser como es Él y permanecer atados a su presencia sin importar los tiempos, las circunstancias, las labores cotidianas, lo que estemos viviendo o lo que tengamos que hacer. Nuestro mayor anhelo después de sabernos salvos por fe y por gracia en Cristo Jesús, debe ser respirar su presencia a cada segundo, a cada instante de nuestra vida, habitar en su divinidad y ser llenos de la plenitud de su gloria. Para ello, necesariamente tenemos que pasar por un proceso de transformación, el cual puede doler, pero si realmente hemos muerto a nuestro yo, a nosotros mismos, no importará lo que tengamos que pasar; lo que importa es que cada día nuestro carácter sea forjado por el poder del Espíritu para que día a día seamos perfeccionados y moldeados conforme a la imagen de nuestro Salvador, aquel que murió por nosotros en la cruz y resucitó al tercer día, en quien tenemos muerte y vida; muerte a nuestro viejo hombre y a nuestra antigua manera de vivir; y vida en Él, según su santidad, su justicia, su verdad y su perfecto amor… Jesucristo, en Él tenemos vida y propósito celestial.
Nuestro deseo como hijos de Dios debe consistir en vivir como Cristo vivió y obviamente no podemos cumplir este propósito si su Santo Espíritu no mora en nuestro espíritu. Por eso nuestro clamor diariamente debe ser: ¡Quiero ser uno contigo Jesús! “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Juan 14:23 (RV1960).
“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”. 1 Juan 2:3-6 (RV1960).
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